domingo, 24 de mayo de 2009

Acerquémonos a los niños

De clarinsucho:

1) La crisis de la modernidad se ha caracterizado estos últimos años, al menos en estas sureñas latitudes porteñas, por una suerte de inversión generacional. Me he cansado de ver escenas urbanas en donde niños de escasa edad y alta astucia actuaban pintorescos escándalos ante padres cuya repetida y automática respuesta era "no... no... no... bueno, está bien". La enseñanza de "persiste y triunfarás", antaño utilizada para señalar la importancia del esfuerzo y la fe en la puesta en acto de los deseos humanos, ha sido hoy día reducida al aprendizaje de que un griterío infantil vale más que un límite parental.

2) Sin embargo no solamente los niños han aprendido lo fácil de quebrar límites ante una generación de padres en retirada (aprendizaje probablemente de cómo ser el día de mañana un adulto resentido o de la conveniencia de dedicarse tiempo completo a la heroína), sino que los mismos padres han aprendido mediante una autocrítica devastadora que los caprichos individualistas que buscan la satisfacción inmediata son mucho mejores y prácticos que los lentos deseos que se construyen junto a un otro.

3) La disciplina, ese arte comunitario que solo puede ser incorporado por el sujeto mediante un proceso activo de apropiación, ha sido dejada de lado por una cultura del facilismo que ha calado hondo en las instituciones educativas de niños y adolescentes. En la gran mayoría de escuelas públicas del país la consigna hoy día es "nivelar hacia abajo". En nombre de un paternalismo substituto que saque a los chicos de los peligros de las calles de una urbe casi sin ley y sin protección policíaca, todos deben estar en la escuela. Y así aprueban sin estudiar y sin esforzarse, o mejor dicho con un esfuerzo mal ubicado que consiste en tener que aguantar el tedio diario que ofrece la escuela corrupta. Este nuevo paternalismo transmite también pocos límites, cediendo cada día un poco más de terreno ante el avance de los libertinos caprichos infantiles.

4) Entre los delirios de los derechos humanos aparece así el derecho del niño a elegir lo que más le conviene. Claro que alguien podría pensar en lo absurdo de intentar elegir lo más conveniente con un conocimiento tan solo superficial de unas pocas opciones, con el conocimiento limitado que suele tener una persona antes de su madurez. Sin embargo el miedo casi fóbico a poner límites a los escándalos infantiles que muestran los padres posmodernos parece tener un correlato social que produce análogos resultados. No solo en varias facultades universitarias los alumnos quieren participar en las decisiones de qué debe incluir un plan de estudios sin haberse siquiera graduado, sino que también los alumnos secundarios toman colegios en nombre de la justicia, e incluso hemos sido testigos en estos años de la toma de un colegio primario (sí, a manos de las palomitas blancas) con niños de guardapolvo levantando pancartas políticas escritas por algún adulto abusador.

5) La nivelación hacia abajo ha llegado ahora hasta el absurdo de las himnos patrios. En el afán de los adultos por atraer la tan distraída atención de niños y adolscentes (que con justa razón intentan mirar hacia un lugar más sólido que el autoirrespetuoso "no... no... no... bueno, está bien") la nueva e ingeniosa idea ha sido tratar de seducirlos disfrazando a la historia patria de producto de consumo rockero y cumbiero.

6) ¿Cuál es el sentido de reversionar los temas? De seguro no es realizar un acto artístico de vanguardia en un 2009 ya tan lejano de la mítica improvisación del Star Spangled Banner de Jimmy Hendrix o de La Marsellesa en la introducción del All You Need Is Love de The Beatles. Suena más a un puñado de artistas venidos a menos que intentan manotazos de ahogados para permanecer en la superficie de lo comercial. Lito Vitale, el director de esta política idea, explica que el objetivo de todo el asunto es sacarle lo militar a los temas y acercarlos a los chicos.

7) Dejando de lado el debate sobre la demonización de los símbolos militares históricos en nuestro país, me resulta triste esta idea de acercar las cosas a los chicos en vez de intentar acercar a los chicos hasta las cosas. Con este criterio podríamos intentar un nuevo diseño de la bandera nacional en donde los rasgos del sol se parezcan a Ben-10. De esta manera lograríamos acercar la bandera hasta los chicos, con el propósito de que no aprendan nada nuevo para sus ya completas visiones del mundo. Me imagino a los fanáticos de la cumbia escuchando la versión del Himno a Sarmiento y diciendo "la verdad es que está mucho mejor el disco anterior de Damas Gratis, son recaretas ahora".

8) Ya Piaget afirmaba que para aprender algo se necesita que ese algo no esté muy lejano de lo que conocemos, pero tampoco muy cercano. En vez de propiciar diferentes posibles recorridos para el aprendizaje, en donde la distancia a lo nuevo sea acorde a los esfuerzos y capacidades de cada alumno, la idea hoy día no es solamente achicar las distancias entre los escalones de la escalera de todos sino también construir una cima a veinte centímetros del suelo. De esta manera nadie se queda frustrado por no llegar. Todo en nombre del absurdo de la igualdad.

9) El periodista de clarinsucho apunta a saber la razón de para qué intentar aggiornar los himnos clásicos en vez de crear algo nuevo. Lástima que la respuesta sea tan solo un disfraz de la nueva cultura del facilismo: si construyo algo nuevo, debo esforzarme para que me den bola, incluso la gente debe esforzarse por apreciar lo nuevo; en cambio si soy conservador, puedo disfrazarme de progresista y venderme como revolucionario tirando abajo lo que otros construyeron. En nombre de lo mal que lo hicieron, en nombre de hacerles las cosas más fáciles de digerir a las nuevas generaciones, pobres víctimas de indigestión de las construcciones modernas. Ah, y si no van a escucharlo a Sarmiento cumbiero es porque son unos malditos nazis conservadores cerrados sobre sí mismos que no sabern apreciar lo... ¿nuevo?


miércoles, 20 de mayo de 2009

Cadena de acciones

Este blog se ha ocupado principalmente hasta ahora de desmitificar algunas complejidades teóricas simplificándolas en la medida de lo posible. Quiero rescatar ahora algunas simples vivencias cotidianas que difícilmente necesiten de simplificación alguna. Pero van igual:

1) Recuerdo un viaje al Uruguay cuando tendría yo unos 5 o 6 años. En medio de la ruta nos sorprendió una lluvia torrencial y mi papá, generalmente un cuidadoso conductor, se metió accidentalmente en una pequeña cuneta de barro de las que nos vimos impedidos de salir por propia habilidad de coche y conductor. Recuerdo que mis padres fantaseaban con la posibilidad de que pase un tractor y nos saque de semejante apuro, pero apenas si pasaba algún auto por, en aquella época, tranquila ruta. Al rato quiso la ocasión que se personifique a ayudarnos un perfecto desconocido que detuvo su propio auto para intentar darnos una mano. Mi papá bajó, saludó, y entre los dos parece que concluyeron que la mejor solución era utilizar la fuerza de los músculos de ambos en conjunto para resolver el enigma. Empujaron y empujaron y creo recordar que con mucho esfuerzo. Imagino que el desconocido se habrá negado a que también ayudara mi mamá y habrá convencido a mi papá de que frente a semejante tormenta lo mejor era partir al instante en que el problema estuviese resuelto. Porque pocas personas conocí más agradecidas que mis padres. Así que luego de un par de empujones más, mi papá montó al volante en movimiento, aceleró y el auto finalmente mordió el asfalto y recuperó su cualidad móvil. Desde mi asiento trasero miré hacia atrás y vi al desconocido parado y alejándose mientras sonreía y saludaba con el brazo en alto, su obra de solidaridad ya realizada. Pero no había habido últimas palabras y la lluvia era tal que probablemente no hubiese podido ver mi mano saludándolo a través de la empañada luneta trasera. Era alguien a quien no volveríamos a ver. Me di vuelta angustiado y les pregunté a mis padres si no había alguna manera de poder agradecerle, que cómo era posible no poder retribuirle lo que él nos había dado. Me contestaron con ternura y gran sabiduría, y me explicaron que las buenas acciones se realizaban en cadena. Que probablemente tuviéramos ocasión en el futuro de ayudar a alguien, y eso despertaría a su vez en ese alguien el deseo de agradecer ayudando a otro.

2) Hay veces que las ayudas que nos prestan los desconocidos que nos cruzamos a diario en una gran ciudad son bastante más sutiles que en la historia que acabo de relatar. Encuentro con frecuencia escenas en las calles con actitudes de personas que me llenan de esperanzas sobre una sociedad a la que muchas veces veo derrumbándose en su honestidad. Y en su mayoría no son escenas que me involucren directamente, sino tan solo escenas frente a las cuales mi mayor agradecimiento es que me permitieron hacerles de espectador.

3) Me sucede cuando veo a alguien ayudar a otro, cuando veo esos encuentros casuales entre dos personas que al verse les explota la cara de alegría y emiten un hola que se alarga cariñosamente en la o, cuando veo a una persona que con algún pequeño acto o chiste contagia de alegría y ganas de vivir a los demás. Me sucede cuando veo realidades de otros que me parecen muy distintas a las mías, al verlos, como decimos por estos lares, ponerle onda a lo que hacen y darme cuenta de que esa posibilidad de construir felicidad con nuestros actos, aún dentro de lo que nos toca vivir, se relaciona con una capacidad humana que todos los pertenecientes a la especie tenemos la posibilidad de utilizar.

3) Recuerdo esa hermosa escena de la película de Wenders, "Der Himmel über Berlin", en donde Damiel y Cassiel comparten notas sobre simples observaciones urbanas que parecen de alguna manera quebrar el gris tono diario de la rutina automatizada. Mis notas incluirían a dos niños pobres en El Salvador que con sus blancas sonrisas y sus manos saludando hacen sonreír desde una playa a un alto ejecutivo viajante que los mira desde un restaurante dos pisos más arriba y les saluda en contestación, y ninguno de los tres busca absolutamente nada más que eso del otro. La chica en la caja de un fast food en Buenos Aires que marca el pedido del cliente presionando varias veces la tecla "sin mayonesa" para que el ticket sea más largo y los que preparan el pedido no se olviden, mientras ríe por su ocurrencia sabiendo en el fondo que esa creatividad evitará que su puesto de trabajo allí se extienda mucho tiempo más. Los jóvenes que se cruzan en New York, uno con unas cajas enormes con unos altavoces profesionales de estudio, y el otro, al advertir su compra, le anuncia que ha sido muy acertada y cuánto que va a disfrutarlos, mientras el primero tan solo logra responder que se dirige al aeropuerto de regreso a Perú. La chica que en el boliche de oscura música electrónica, en medio de la pista, anuncia: "a ponerle onda a partir de" y al grito de "ahora" comienza a sonreír y a bailar contagiosamente. La anciana que le habla a un hombre en la cola del supermercado y le cuenta que ella siempre fue profesora, y siempre de secundario porque le gustaba estar alrededor de esos jóvenes que se reían de todo durante todo el tiempo; y el hombre, ya no tan joven, que ríe al escuchar la historia. La chica que encuentra al bebé de su amiga en brazos de su tío, y que al sentarse a su lado el bebé le tira los brazos entre un mar de sonrisas de las que termina contagiado no solo el tío sino medio colectivo, y que al bajar un hombre agradece por haber logrado al ver la escena disipar sus propios fantasmas y miedos ante la posibilidad de tener un hijo con síndrome de down. La niña de 5 años, harapienta, que pide que le compren algo de comer en un bar del microcentro porteño; un hombre entra con ella, pregunta qué quiere comer y, cuando le van a cobrar, el hombre nota que le faltan veinte centavos para tener el cambio justo, y la niña toma sus monedas de limosna y se las ofrece preguntando si sirven, y el hombre las acepta y ambos se quedan felices de poder haber ayudado al otro. El adolescente que escribe una nota durante un viaje en tren y se la entrega anónimamente a una adolescente que jamás volverá a ver, y la nota que dice "vos tenés mis palabras pero yo me quedé con tus ojos", y la adolescente guarda la nota y de regreso en su casa se la muestra orgullosa y altanera a su madre. El hombre que se para en medio de la proyección de la canadiense "La decadencia del imperio americano" y grita señalando a la pantalla "¡Pero ése es argentino!" mientras el resto del cine ríe. El guardia del museo del palacio real de Madrid, que detiene a un hombre en la puerta y le pregunta su nacionalidad, y ante su respuesta le dice que hoy los de su nacionalidad no necesitan pagar y lo deja pasar, y así hace también con los que siguen, sean de la nacionalidad que digan ser.

4) Amo vivir en grandes urbes.